La culpa es del Diablo


Olvídese de los geólogos, los meteorólogos, de la escala de Richter y la de Saffir-Simpson: el verdadero causante de todas las desgracias de México es… el Diablo. Así es: el chamuco, Satanás, patas de cabra. Esto dicho por una autoridad en la materia: el propio papa Francisco.
Ahora todo tiene sentido: tanta lluvia, desbordamiento de ríos, inundaciones en la CDMX, huracanes y luego los sismos, son producto del Malo, del Enemigo. El ángel caído es la causa de tanta devastación y ya no le muevan.

De acuerdo con el sumo pontífice, la razón de este encono satánico es el hecho de que los mexicanos somos bien guadalupanos. También los no católicos. Aún los ateos. Castigo bien merecido para estos últimos (digo yo) por ser tan incongruentes. Las palabras del prelado son de antología:
“El Diablo no le perdona a México que ella haya mostrado ahí (señala una imagen de la virgen de Guadalupe)  a su hijo (…) México es privilegiado en el martirio por haber defendido, reconocido, a su madre. Y esto lo sabe usted (le dice a su entrevistadora, Valentina Alazraki). Usted va a encontrar a mexicanos católicos, no católicos, ateos, pero todos guadalupanos. Es decir, todos se sienten hijos. Hijos de la que trajo al Salvador, el que destruyó al demonio (…) Yo creo que el Diablo le pasó la boleta histórica a México”.
No nos ayudes, virgencita. Gracias, pero tanto privilegio ya nos tiene ciscados. Ahora resulta que les va mejor a los que no creen en la morenita del Tepeyac. Se entiende por qué Islandia, Noruega y otros países con amplias poblaciones de ateos ni sudan ni se acongojan.
Pero si el Salvador destruyó al demonio ¿por qué no nos hace la valona y lo vuelve a refundir en el averno? Porque tiene un buen rato que el Maligno no nos suelta. Y si a las desgracias naturales se suman los mandatarios de los últimos siete sexenios, más algunos gobernadores saqueadores, se verá que el castigo infernal para nuestro país comenzó hace rato.
En este entendido, queda claro que lo que necesita el país no es un plan de contingencias ni un programa de reconstrucción más o menos transparente. Hace falta un exorcista.


Todas somos Frida Sofía


Qué lástima que no existiera Frida Sofía. Era una buena historia y nada deseábamos más que, regresando de comerciales, ver salir a la pequeña entre los vítores de la multitud. Claro que historias verdaderas de heroísmo y rescates estaban ocurriendo no sólo en la Ciudad de México, sino en varios de los puntos del país donde la ciudadanía tuvo que solidarizarse consigo misma.

Pero pocas tenían esos elementos folletinescos: la pequeña que había dicho su nombre en voz baja, a quien le habían dado agua, aquella cuyos tíos no habían querido revelar su apellido por respeto. Todo era como de telenovela: estamos cada vez más cerca, a un metro de la pequeña, a escasos centímetros, ya estamos a punto de rescatarla. Y como en una telenovela, el final se alargaba y los productores nos escamoteaban el emocionante desenlace.
Pero en la mañana del 21 de septiembre la historia se desmoronaba: el secretario de Educación anunciaba que ningún padre de familia se encontraba en la escuela Enrique Rébsamen buscando a ninguna niña y la propia escuela daba a conocer que no existía nadie en las listas escolares con ese nombre. Danielle Dithurbide, desencajada, empezaba a desvelar los entretelones de este sainete. Acusaciones de mentir, de lucrar con la tragedia y de montar un circo mediático para ganar rating no se dejaron esperar.
Cuando el subsecretario de Marina, Ángel Enrique Sarmiento, hizo público que la niña atrapada en los escombros simplemente nunca existió, la sorpresa y el desconcierto de Noticieros Televisa se transformó en ira: Carlos Loret de Mola y Denise Maerker, masacrados junto con Dithurbide a base de memes, expresaron su molestia porque, según ellos, toda su información procedía de la propia secretaría de Marina. ¿Y no se les ocurrió checarlo en la escuela? ¿Guardar, aunque fuera para ellos, la identidad de los familiares de la pequeña? Parecía lo más sensato, pero ¿para qué checar la veracidad de sus datos, a riesgo de arruinar lo que estaba siendo el reallity más visto del 2017?
La indignación de los locutores era real. De héroes a villanos, de estrellas televisivas al hazmerreir de las redes sociales. Pero no era un montaje, porque si así fuera, bien podían haber introducido a una niña para poder rescatarla. Con suerte y hasta se llamaba Frida Sofía.

Las disculpas de la Marina llegaron tarde. Quien no se disculpó fue Televisa. Tal vez creyeron que no era su culpa. Pero claro que lo era. No por dar datos erróneos, que en circunstancias como éstas es algo que puede pasar. Sí, por olvidarse del drama de un país y transformarlo en otro de los bodrios televisivos con que adormecen a su audiencia.

El menos malo


La difícil, casi imposible labor de los electores del 2018 no será analizar las plataformas electorales, comparar trayectorias y tratar de identificarse con las propuestas programáticas de los candidatos a los diferentes puestos de elección popular, incluido el cargo más elevado, sino algo más simple y deprimente: escoger al menos enlodado de los abanderados.

Todas las estrategias son la misma: señalar la enorme viga de la corrupción en el ojo ajeno. Habrá electores que sigan en el pasado, creyendo en la honorabilidad y la capacidad de algún candidato. Los más serán aquellos que tengan una identificación ideológica e intereses comunes al susodicho. Pero la mayoría votarán por alguien en quien no están convencidos, al que saben incompetente o corrupto, aunque lo harán en atención del mal menor. De lo malo, lo menos malo. Unbreve repaso nos convencerá de ello.
El “nuevo PRI” de Peña Nieto ha sido vapuleado no por la calumnia o la difamación, sino por la simple realidad. La evidencia en contra de varios gobernadores y funcionarios federales de alto rango ha sido contundente. De manera que cuando los electores voten por el tricolor lo harán a sabiendas de que representa la más añeja corrupción, sea porque se identifican con ésta, porque creen que les beneficiará o porque las despensas siguen funcionando, pese a todo.
En el caso del PAN es visible un proceso de desgaste interno que va mellando su muy mermada credibilidad. Cada nuevo escándalo en torno al patrimonio de su líder Ricardo Anaya o al de sus familiares hace cimbrar el edificio blanquiazul como un sismo. Y aún quienes lo critican, no señalan su corrupción sino su avaricia, su ansia de asegurar tras bambalinas la ansiada postulación. (Recordemos al senador Javier Lozano declarando sin rubor que no cometería la “demagogia” de bajarse el sueldo “porque yo vivo de esto (...) Y luego entonces qué, ¿a robar?”).
También en el PRD la lideresa Alejandra Barrales ha sido señalada por el incremento notable de sus bienes. Como se recordará, en julio de 2016 declaro inmuebles por más de 25 millones de pesos, lo que es un gran avance para una persona que en el año 2000 era azafata de una aerolínea en quiebra. Hoy, presidenta de un partido cuyos principales cuadros están en desbandada, goza de cabal salud, lo que no puede decirse del sol azteca.
Por lo que hace a Andrés Manuel López Obrador, su reiterado intento de inventar fantasmones de la política como “los de la mafia del poder” resulta cada vez más inverosímil. Su error es la desmesura: todos los políticos son corruptos, menos él. Todos los demás, aunque peleen entre ellos, en realidad son parte de una maquinación ultrasecreta, una especie de iluminati empeñados en que no llegue a Los Pinos. Pero al margen de estos rasgos esquizoides, es evidente que la simple pregunta respecto a su subsistencia arroja dudas imposibles de disipar. Y sus desplantes, como presentar su declaración 3de3 en ceros, no hacen sino refrendar todas esas dudas.

La actuación de los minipartidos conocidos como “la chiquillada” tampoco alienta al votante. Su labor se ha reducido a apoyar a unos u otros para mantener el registro. Ante este panorama será encomiable la decisión de los electores de acudir a las urnas. Esto, si es que lo hacen libremente y creyendo aún en el sufragio efectivo, lo cual también está en duda.

Victorias baratas


Además de los huracanes Harvey y Nidia, muchas tormentas se ciernen sobre México. Y aunque el primero ha centrado sus efectos devastadores en Texas, el segundo se enfila hacia Baja California Sur donde ya ha causado daños cuantiosos y pérdidas humanas.
Y es que son otras las tormentas que aparecen en el panorama económico del país y que nada tienen que ver con las atmosféricas. Los reiterados amagos de Trump respecto a cancelar el tratado tienen visos de tragedia. Y es que tras ser vapuleado en lo interno por sus continuos gafes, exhibido por su proclividad hacia grupos que creíamos extintos, como el Ku Klux Klan y los supremacistas blancos, el presidente está urgido de victorias. 

Y cancelar el TLC sería una victoria fácil y barata. Cierto que las consecuencias serían nefastas no sólo para México y Canadá sino también para los Estados Unidos. Pero las consecuencias no serían (tal vez) notorias al corto plazo y el maltrecho mandatario tendría algo qué presumir de aquí a que arrancara el próximo proceso electoral.
Otro problema lo representa la amenaza de Trump de acabar con el DACA (programa de acción diferida para la protección a jóvenes indocumentados) otra de esas herencias incómodas de la administración Obama. Los así llamados “dreamers” podrían ser expulsados de suelo norteamericano y, de pasar hacia este lado de la frontera, dejarían de lado su romántico sobrenombre. Se trata de casi 800 mil jóvenes que podrían transformarse en otros tantos problemas para nuestro país. Y de la misma manera, sería otra victoria barata para Trump.
La alerta de no viajar a México, habida cuenta de la inseguridad de los destinos turísticos no es, desgraciadamente, una amenaza carente de sentido. Lo único que se puede decir es que la causa de la misma es, en parte, el nulo combate al consumo de drogas que se hace en EU, pero los factores internos pesan demasiado. Esa sí es culpa nuestra, podríamos decir.
Curiosamente, lo más difícil para Trump será edificar el tan llevado y traído muro. La razón no es, obviamente, el cúmulo de opiniones en contra de esta obra inútil y meramente efectista, sino su elevado costo. Y como siempre, la negociación agresiva de Trump no ha dado fruto: su amenaza de paralizar al gobierno norteamericano de no recibir los mil 600 millones de dólares de presupuesto para su construcción no tuvo el menor efecto y finalmente tuvo que retractarse. Y hasta su guerra de tuits en contra de México obtuvo una respuesta fría y diplomática en el sentido de que no será nuestro país quien pague la desmesurada obra.

Pese a su cada vez mayor descrédito y su paso más bien tambaleante, el presidente norteamericano mantiene la vista fija en México, al que considera como un enemigo natural y un socio abusivo al que debe combatir. Y a no dudar, pese a lo esmirriado de su actual condición, sigue siendo un enemigo temible para una economía tan dependiente de la norteamericana como la nuestra.

Anaya: la lógica de la política


¿Quién enseñó a nuestros políticos a argumentar? Porque lo cierto es que ni los más hábiles sofistas griegos son capaces de retorcer el pensamiento al punto que puedan “demostrar” prácticamente lo que les dé la gana. Ejemplos sobran y en fecha reciente se han multiplicado.

Obsérvese el caso de Ricardo Anaya Cortés, dirigente nacional del PAN, que denuncia que a cambio de su inquebrantable posición de evitar el pase automático del titular de la PGR y del fiscal anticorrupción, recibió amenazas de anónimos enemigos que harían las clásicas “denuncias difamatorias” acerca del enriquecimiento de sus familiares políticos.
Se trata de un caso de éxito asombroso: desde 2003, cuando él tomó posesión de su cargo, la familia política de Anaya, encabezada por sus suegros, Donino Ángel Martínez Díez y Maribel Natalia Franco, incrementó el valor de sus bienes en ¡mil trescientos por ciento! pasando de 21.9 a 308.8 millones de pesos. 
En vez de decir que era mentira, calificó los señalamientos de El Universal como “infamia”. Dijo que la fortuna de su familia política no se había creado en los últimos 14 años, pero no fue eso lo que dijo el rotativo. Esta forma de argumentar se conoce como “ignorancia de la cuestión”, que es el hecho de rebatir un argumento haciendo como que nos equivocamos y refutamos otra cosa.
Si quería negar las imputaciones del diario, podría haberlo hecho de forma puntual, tomando la lista de propiedades referidas y demostrando que no las adquirieron sus suegros en las fechas señaladas. Pero en vez de eso, se rodeó de senadores panistas que le dieron todo su apoyo, como si el número de personas equivaliera a tener la razón. Este error de la argumentación se conoce como “sofisma populista”, que también suele expresarse así: “tanta gente no puede estar equivocada”.
Para darnos cuenta de que esto no es cierto, un ejemplo: hace 600 años la enorme mayoría de las personas pensaba que la tierra era plana y sólo unos cuantos científicos creían que era redonda. La razón la tenía esta escuálida minoría.
Para rematar esta cadena de errores de lógica, Anaya afirmó que el culpable era el “PRI-gobierno” y la razón de ello fue contundente: “porque no tengo ninguna duda de que ellos están detrás de esta campaña”. Ojalá esta forma de razonar le sirva para sostener una demanda, si es que la hace.
Analizando bien, el periódico también cometió un error. Afirmó, en efecto, que la riqueza de los parientes de Anaya se había multiplicado desde que él encabezó al PAN, sugiriendo que sería a causa de ello. Que sea anterior no significa que sea “a causa de”. ¿Y cuál es el problema de ganar mucho dinero? En realidad, sería una virtud: hábiles empresarios inyectando valor a sus inversiones. Pero en México entendemos que toda riqueza, sobre todo si es desproporcionada, es mal habida.
En una cosa acertó Ricardo Anaya: en política no hay coincidencias. Pero este argumento puede obrar tanto en su favor como en su contra.



Odebrecht


En una caída largamente anunciada, ahora fue Emilio Lozoya el señalado por funcionarios corruptores de la empresa brasileña Odebrecht, detenidos en los Estados Unidos, de haber indicado el camino que debían tomar los recursos que le servirían a aquella compañía para adjudicarse el jugoso contrato de acondicionamiento del sitio para un proyecto en la refinería de Tula, Hidalgo, que inició en febrero de 2014 y concluyó en agosto de 2015, mismo que tuvo un costo de mil 500 millones de pesos. De acuerdo con la “división sobornos” de la empresa, fue el entonces integrante del equipo de campaña de Enrique Peña Nieto quien les indicó cómo y dónde hacer los depósitos, concretamente en una cuenta de un banco suizo. Dichos depósitos concluyeron ya siendo Lozoya titular de Pemex y sumaron un total de 10 millones de dólares.

No fue ésta la única obra adjudicada a Odebrecht, aunque sí la más significativa. Sobre todo, porque arroja una sombra de duda (otra) sobre la claridad en la obtención de recursos para la campaña del hoy presidente de la república. Este vínculo no ha sido probado, pero sin duda será parte del manejo informativo de esta nota.
La defensa de Lozoya, encabezada por el inolvidable Javier Coello Trejo, “fiscal de hierro” en la época de Carlos Salinas de Gortari y cuya actuación no estuvo exenta de acusaciones de abusos, aplica una lógica difícil de entender. Afirma Coello que
“mientras no exista una prueba fehaciente de que haya ingresado a las cuentas del licenciado Emilio Lozoya, no hay nada”. Pero los imputados de los actos de corrupción no afirman haberle entregado el dinero directamente a Lozoya. Nadie lo acusó de ser imbécil.  Lo que sí dijeron es que Lozoya, tras varias reuniones, les indicó ciertas cuentas bancarias en el extranjero que específicamente no estaban a su nombre. También aseguran que hubo confirmación de dichos depósitos.
Podría funcionar el argumente de que algún funcionario corrupto de Pemex sí recibió ese soborno, lo que de hecho también se investiga. Pero ¿podría haber ocurrido esto sin conocimiento del director de la paraestatal? Y si hubo depósitos de Odebrecht, ¿para qué fueron si no para sobornar funcionarios?
Otra de las afirmaciones incomprensibles de Coello Trejo es la que se refiere al valor mínimo que tiene el testimonio de un testigo protegido. Según el defensor de Lozoya, así funcionan los testigos protegidos: “si yo digo lo que tú quieres que yo diga, ¿me reduces la pena? Pues sí. Pues te lo digo”.
Lo que no sabe es que los beneficios de las delaciones de los testigos protegidos sólo son efectivas si un juez comprueba la veracidad de sus dichos. De manera que no se trata decir lo que los acusadores quieran. Tal vez la confunde al Departamento de Justicia de Estados Unidos con la PGR cuando él era subprocurador. Y tal vez confunde a la justicia norteamericana con la mexicana. Y ese puede ser un gravísimo error.


Cuándo mezclar el agua y el aceite


Que no le digan, que no le cuenten: claro que se puede, si es en el ámbito de la política. Lo imposible se hace posible, los extremos se tocan; aquí es allá, arriba es abajo. Izquierda y derecha son meros puntos de referencia cuando está por encima el interés superior de la patria. Por supuesto que dos plataformas políticas encontradas como la del PAN y la del PRD se pueden armonizar y pueden impulsar a un mismo candidato a la presidencia de la república para el 2018. Pero cuidado, porque si se hace al trancazo, el asunto se puede revertir. 

Dicho en otras palabras, se puede mezclar el agua y el aceite, pero sólo en los siguientes casos:
1. Cundo nuestro principal dirigente se lleva toda la militancia. Este caso desgraciadamente ocurre cuando el partido no es tal sino una bola informe de cacicazgos apelmazados por intereses demasiado inmediatos. Entonces hay que construir los consensos.
2. Cuando el que era nuestro principal dirigente amenaza con arrasar en las elecciones. Consecuencia de lo anterior, aquél por quien estábamos dispuestos a dar la vida o por lo menos el voto, nos puede ganar el mandado lo que, estatutariamente, no debemos permitir.
3. Cuando nosotros solos no ganamos una elección ni por favor. Pese a nuestros esfuerzos por construir una patria generosa, el electorado rebelde sigue votando por los de siempre. Hagamos el esfuercito y traguémonos nuestro orgullo, junto con la declaración de principios.
4. Cuando los del otro bando tampoco ganan. Eso es bueno, pero debemos aprovechar. Esta es una ecuación que sólo en la política funciona: nada + nada = algo. Unamos fuerzas, esperemos que las condiciones políticas se den y pongámonos en la fila, que algo nos tocará.
5. Cuando ya se vio que los de siempre no ganan ni el muñequito de la rosca. Y es que los continuos tropiezos del presidente, los escándalos de corrupción de los gobernadores y las elecciones cuestionadas no dan lugar para mucho. A la oportunidad la pintan calva.
6. Cuando 2 + 2 no son 4. Ambos partidos querrían ser los herederos de la silla presidencial. Pero haciendo cuentas, es mucho más seguro tener el cien por ciento de probabilidades de quedarse con el 50 por ciento de la silla que el 50 por ciento de probabilidades de quedarse con el 100 por ciento. Simple aritmética.
7. Cuando los electores no votan por el mejor, sino por el menos malo. Y en esta circunstancia estamos desde hace 20 años, al menos. Y nada en el horizonte político parece augurar otra cosa. El tiempo de cosechar nuestra voluntad política de hacer alianzas puede haber llegado.