Una tradición que nadie parece agradecer es la de hacer
predicciones para el año venidero. Razones sobran: los vaticinios suelen ser
tan absolutamente vagos que no sirven para prácticamente nada. Ningún mago
predijo la caída de las Torres Gemelas o los tsunamis de Japón e Indonesia. Quizá alguno mencionó
“un hecho terrible que conmovería al mundo”, lo que puede significar cualquier
cosa. Pero un verdadero vaticinio implica precisión: qué va a ocurrir, cuándo,
cómo y dónde. Esto tiene una implicación aún mayor: saber que algo calamitoso
va a suceder implica la necesidad de tratar de evitarlo o ponernos a salvo del
mismo. A menos que alguien crea en el destino inexorable o tenga atole en vez
de sangre, ¿no trataría de impedir este hecho funesto? Y si lo hace, lo que sería
magnífico, ¿no echaría a perder su propio pronóstico? Quede como una de las
grandes interrogantes nunca resueltas.
A lo largo de los años hemos escuchado poco más o menos las
mismas premoniciones. Insisto: su generalidad las vuelve tan inoperantes (y tan
certeras) que uno acaba por evadirlas o repetirlas de memoria. Van las que
recuerdo:
1.
Morirá una famosa estrella de cine (con un poco
de audacia agregaríamos: “en un accidente aéreo”).
2.
Caerá el añejo dictador de una nación subdesarrollada
a manos de una revolución auspiciada por los Estados Unidos. Probablemente los
votantes gringos se olviden del abismo fiscal.
3.
Un terremoto sacudirá un conocido país causando
muerte y destrucción. Loret de Mola reportará desde el lugar de los hechos una
semana después, pese a lo cual enfermará de diarrea por no llevar agua de
garrafón.
4.
Una famosa pareja de Hollywood se divorciará
tras escándalo por infidelidad. La demanda será millonaria. Los nueve hijos
adoptivos de la pareja volverán a sus países tercermundistas de origen, donde
morirán a causa de un tsunami y la posterior hambruna.
5.
Un reconocido mandatario de un no tan reconocido
país dirá un regocijante disparate que recorrerá el mundo en Internet. Recibirá
más visitas que Gagnam Style, a pesar de los intentos de su staff por borrar su video.
6.
Una estúpida canción integrada por tres
monosílabos escalará las listas de popularidad de todo el mundo, venderá 10
millones de copias, recibirá 100 millones de visitas en You Tube y será
olvidada tres meses después.
7.
La última gran novela de la serie X, que trata
de los amores pudorosamente escatológicos entre un poderoso-rico-guapo y una
ñoña-pobre-pero-agarrable llegará a las listas de bestsellers, de donde caerá
cuando se descubra que su autor es en realidad un chimpancé mutante de
laboratorio.
8.
El Puebla de la Franja no ganará el campeonato
de apertura ni el de clausura ni el de la Concacaf ni el de Copa ni el de
asenso ni el de reservas ni ningún otro, ni en el año que está por venir ni en
otros. La culpa se la echarán mutuamente Henaine y López Chargoy, aunque
finalmente recaerá en el entrenador en turno. No obstante, tampoco irá a
segunda división gracias a la labor altruista del Atlas.
9.
El Peje insistirá en sus intentos de llegar a la
presidencia de la República, pese a que este año no habrá elecciones
presidenciales. Uno de sus más cercanos colaboradores le hará ver el problema
de reelegirse como “presidente legítimo” tras lo cual dejará de ser su
colaborador.
10.
Ninel Conde por fin verá cristalizado su sueño
de publicar el primer tomo de su enciclopedia de sandeces vía Twitter. “Quedó
buenísimo –afirmará- y eso que yo no lo escribí”. Será un éxito de librería, ya
que se le confundirá con un manual de superación personal.
Seguros como apostar en una corrida de toros,
los vaticinios de fin de año son más un ritual que un verdadero ejercicio de
adivinación. Y como tal, cumplen con los requisitos de ser formas de
comunicación hacia el grupo social, carentes de un sentido práctico pero con un
valor simbólico y catártico. En ese sentido no pretenden develarnos el futuro
(lo que obviamente no hacen) sino liberarnos de temores hacia éste. La
predicción nos advierte que por muy malo que sea el futuro, por lo menos no
será peor que el presente.
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