El suicidio de Colosio


 
Pocas figuras han sido tan redituables para el usufructo político como Luis Donaldo Colosio. Películas, libros, revistas e innumerables teorías de complot que apuntan a todas direcciones:  desde aludir al innombrable, señalar al narcotráfico, implicar al estado mayor presidencial o mencionar un crimen de estado. Un verdadero panteón de figuras mitológicas poblaron el 23 de marzo de 1994 la explanada de Lomas Taurinas donde cayó el candidato presidencial: uno o varios tiradores, uno o varios Aburtos, un clavadista y un cerco de complotados que fingían defender al hombre fuerte (según cada una de las diferentes historias) mientras cumplía un papel específico en la trama. De creer a estas versiones, habría un paralelismo asombroso entre ese día y la Pasión en Iztapalapa: una multitud de actores en torno al supliciado. Todos fingiendo su papel, todos participando de una u otra forma en el homicidio.
Lo extraño es que en estos tiempos de ciencias forenses avanzadas el caso se resolvería en un programa de CSI de una hora, incluidos los comerciales. Han pasado 19 años y pese a las investigaciones oficiales, que fueron más bien palos de ciego, y de un evidente asesino material (a quien se aplicó un extreme makeover camino al penal) en el caso quedan dudas. Y esas dudas alimentan la imaginación popular y la desconfianza.
 

A fin de aportar algo novedoso (aunque absurdo, según se verá) quiero traer aquí la hipótesis más radical de todas. No revelaré mis fuentes (la verdad ya ni me acuerdo quién me contó estas jaladas) pero debo reconocer la innegable inventiva de quien urdió esta historia. Lo llamaremos: “La verdad en el suicidio de Luis Donaldo Colosio”.

El otro complot
La parte crítica de la historia es que apunta un hecho que es más que infundado, calumnioso para la víctima. Suprimiré esa parte y la reemplazaré por una versión ligth. Solamente diré que según los descubridores o autores de este cuento, Luis Donaldo Colosio padecía una enfermedad con las siguientes características: mortal, incurable, en estado terminal  y contagiosa.
Alguien podrá objetar que nunca se tuvo conocimiento de que el candidato padeciera una enfermedad así. Claro que no. De hecho, parecía un hombre sano y vigoroso. Pero aquí el inventor de este complot utiliza recursos muy empleados en estas historias: si en efecto tuviera dicha enfermedad, no tendría por qué saberse.  En términos de esta mitología de las conspiraciones: “la prueba de que hay complot es que no hay pruebas”.
El candidato no sabía de la existencia de dicha enfermedad. Acepta la postulación a la presidencia e inicia la campaña. A finales de enero o principios de febrero de 1994 detectan esta afección. Su muerte no es próxima, pero inevitablemente le impedirá concluir su mandato. El sexenio se convertirá en un lento tránsito hacia la tumba. Las características del mal le arrebatarán su vigor y lo transformarán en un fantasma, una caricatura de sí mismo.
Entonces imagina una trama dramática: antes que crear una situación difícil para su país, antes que agonizar de forma lamentable, decide su propia muerte, pero de una manera heroica, dramática: ser asesinado delante de una multitud. Sólo un grupo de amigos cercanos conoce la trama. Todos son actores, es cierto, pero no todos saben que representan un papel en este drama. El tirador solitario estaba multitudinariamente acompañado por los participantes de esta puesta en escena.
El efecto es el deseado: pocas muertes cambiaron en forma tan radical a México como la de Luis Donaldo Colosio Murrieta. Un hecho más aporta el autor de este sketch: Colosio no se va solo. Contagiada del extraño mal, el 18 de noviembre de 1994, su esposa Diana Laura Riojas muere también. Todo un drama griego o shakespeariano .
¿Absurdo? Sí, pero no más que otras conspiraciones que gozan de gran credibilidad. ¿Carente de pruebas? También, como la gran mayoría de las teorías de complot.

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